domingo, 13 de noviembre de 2011

La Niña de Piedra

Aquella era sin duda la fuente más hermosa del parque. Nadie recordaba su verdadero nombre porque para los lugareños, siempre fue conocida como “La niña de piedra” por ser precisamente la figura de una niña, la que confería a la construcción su aire especial.

La niña de piedra estaba colocada sobre un pedestal de bronce que anclado al fondo de la fuente, emergía hacia la superficie. Alzada de puntillas, sus botitas de cordones parecían rozar el agua.
Con cuánto arte y mimo talló el escultor cada detalle. Y así, la falda de capa se dejaba levantar por el fuerte aire, la chaquetita abotonada se le ajustaba al cuerpo amparándola del frío, y un pañuelo de primoroso nudo bajo la barbilla, le cubría su cabeza; mientras, con el brazo extendido apartado de su cuerpo, la niña sostenía un paraguas desplegado que el viento parecía querer arrebatarle . Era precisamente en ese gesto donde se concentraba toda la belleza de aquella escultura, ya que dejaba al descubierto, el rostro entre pícaro y cándido de la pequeña que, con los ojos cerrados y apretados, y el resto de la cara contraída, jugaba a dejarse mojar por la lluvia que la girándula colocada sobre una cornisa, se encargaba de transformar continuamente de llovizna a chaparrón, de chaparrón en aguacero.

Ha amanecido nublado. Tras las cristaleras de la oficina los edificios frente a mí se elevan entre aceros. Hoy recuerdo especialmente a aquella niña de piedra. Con seguridad estará allí con su sonrisa humedecida alegrando el parque solitario.
Sobre el poyete de mi ventana una pareja de gorriones se hacen arrumacos, ajenos al gris del día, al frío del acero; ajenos a la niña, ajenos a la mujer sin sonrisa  en la que me estoy convirtiendo.
Apoyo la frente sobre el cristal y por unos segundos, la tierna imagen de la niña me la devuelve.

domingo, 12 de agosto de 2007

Mi Malena.

MI MALENA

Al fondo de la carretera empezó a divisarse el mar dentro del pequeño triángulo, que formaban el asfalto y los pinos que acompañaban a los viajeros desde hacía un buen rato. El calor se presentía fuera del autobús. Malena llevaba la cabeza recostada sobre el cristal y los ojos cerrados, en esos momentos disfrutaba la soledad y agradecía el no llevar compañero de asiento; tener que hablar de tres tonterías y media era lo que menos le apetecía en el mundo.El autobús viró suavemente y fue reduciendo su velocidad hasta pararse al margen derecho del camino.A escasos metros, un turismo humeante parecía haber decidido plantarse, su propietario se dirigió hacia el conductor y tras intercambiar algunas palabras con éste, subió al autobús dándole repetidas veces las gracias. Por su acento yo diría que es árabe, pensó Malena.
-¡Vaya día que ha escogido su coche para estropearse, con el calor que hace! Siéntese, hay asientos libres por ahí, y no se preocupe, enseguida que usted dé aviso por teléfono, en media hora está de vuelta con los del seguro.
-Gracias de nuevo. insistió el hombre que dirigiéndose a través del pasillo fue a parar junto a Malena.
- ¿Me permite?
- ¡Cómo no!
-Espero no haberles demorado demasiado, pero ver este autobús pararse por mí ha sido un regalo de Alá.

(No me equivoqué, se dijo Malena.Es árabe,es árabe y terriblemente atractivo)

Malena reconocía ese físico porque toda su vida había soñado con él. Un hombre alto, enjuto, de pelo ondulado, piel morena, nariz ligeramente aguileña y ojos del color con que las castañas obsequian al otoño; y allí estaba, sentado a su lado, un perfecto desconocido con el que había dormido sus sueños y sus fantasías pero que nunca había encontrado en el mercadillo de su ciudad. El joven portaba una pequeña maleta de cuadros escoceses de color verde y beige que no debía pesar demasiado por la ligereza con que la ascendió al maletero que quedaba sobre la cabeza de Malena.

-Permítame que me presente, mi nombre es Omar, Omar D´El Arak.
-Yo me llamo Malena. Encantada.
Ambos se ofrecieron la mano y se saludaron, a Malena, la calidez de esa piel le hizo trotar el corazón. Apartó la mano y cogió su bolso rebuscando en él hasta topar con su paquete de cigarrillos.

-Me temo que el señor conductor no va a permitirle fumar aquí dentro.
-No, desde luego, pero está próxima una estación de servicio en la que pararemos y podré encender mi cigarro.
-Vaya, una chica que se adelanta a los acontecimientos, decidida, me gusta, está bien- contestó Omar.

La joven no podía comprender por qué le turbaba tanto ese acento, ¿estaba idiota o qué? primero el qué y después idiota, como diría su amiga Ana

Al llegar a la zona de descanso, Malena se dirigió al servicio de señoras, allí retocó sus ojos con el perfilador y le vinieron a la memoria las palabras cantadas por María Callas en el aria La mamma morta: “¡Vive! el cielo está en tus ojos”. Se miró fijamente al espejo y durante unos instantes se perdió en el tiempo. Al salir del aseo sintió sed, se dirigió al camarero, le pidió un agua con gas bien fría y sacó de la máquina un paquete de Ducados; sin darse cuenta se había vuelto una fumadora empedernida, casi compulsiva. Encendió un nuevo pitillo y con su vaso de agua en la mano, miró a través de una gran cristalera; una mariposa negra revoloteaba entre unos arriates de margaritas blancas; sin saber por qué sintió un gran escalofrío, miró hacia el mar y respiró profundo.Al subir al autobús Omar la miró fijamente y le sonrió. Durante el trayecto no pararon de conversar, Omar pensaba que un trocito del océano se había instalado en los ojos de Malena, un mar sosegado, prendido en una mirada muy triste.

-¿Trabajas, Malena?
-Pues sí. Soy recepcionista de un hotel de Cádiz, el Playa Victoria. ¿Lo conoces?
-Sólo he estado en la cafetería, por cierto, sonaba un piano delicioso, una chica muy joven era la pianista, me encantó.
-Sí, se llama Dori, vendrá dentro de unos días, la contratan en temporada alta, una pena, aquello se abarrota de gente y no es lo mismo, el piano es muy delicado y dulce y romántico… Suena mejor con una cortina de lluvia barriendo los cristales que dan al paseo.
-¿Tú eres romántica, Malena?
-¿Yo? yo sólo soy recepcionista.
Omar rió abiertamente el guiño cinéfilo que hubo en la  respuesta de Malena.

Al caluroso día siguió una noche cálida con cielo azul y estrellado. Al bajar del autobús, Malena le ofreció a Omar el número de su móvil.
-Toma, por si necesitas algo, por si te pierdes, aunque Cádiz es muy pequeñito. Ha sido un placer Omar, si nos encontramos otro día tienes que hablarme de los desiertos de tu país, ¿de acuerdo?
-De acuerdo, Malena, para mí también ha sido un placer, chica recepcionista.

Desde pequeña, Malena había vivido en el hotel. Su padre trabajó en él toda la vida, había sido el maitre con más carisma que pariera madre. Malena tenía un portarretratos con su foto en la mesilla de noche, lo adoraba y un día lo perdió. Recordaba cómo le gustaba que la llevase a la lavandería cuando era pequeña y que le dijese: Mira, Malena, aquí trabajó tu abuela, lavaba con las manos llenas de sabañones, la pobre se orinaba sobre sus dedos para aliviar el dolor. ¡Qué tiempos, Malena! qué tiempos...
Su habitación se situaba en la quinta planta del hotel y tenía una gran terraza que daba al mar. Estaba cansada. El teléfono sonó y Malena se dirigió hacia él.
-¿Malena? Alguien llamado Omar está aquí abajo y pregunta por ti.
-¿Omar? Bien, dile que voy enseguida.

La joven no tuvo la paciencia de esperar el ascensor y voló escaleras abajo, tomó aliento en el último tramo y bajó serena los últimos peldaños. Omar, abrazado a su maleta, miraba el cuadro de “El Beso” colocado sobre un buró.
-¿Tan pronto te has perdido?
-Malena, lo siento, tal vez te he molestado, pero… ¿sabes qué?
-¿Qué?– contestó Malena.
-Que me apetecería mucho hablarte de los desiertos de Libia mientras cenamos.
-¿Qué dices? Vaya Omar, estoy cansada, pero… ¿tus desiertos merecen la pena?
-Son hermosos de veras.
-¡Bien entonces me cambio y no tardo, lo prometo.

Ella se había puesto un vestido blando de estilo ibicenco y unas sandalias planas.
Se había atado el pelo en coleta con una cinta y había dejado que descuidadamente unos mechones resbalaran por su rostro. Tenía el cabello pelirrojo, todo encajaba perfectamente con su piel blanca y sus hermosos ojos verdes. Malena no era demasiado alta, pero tenía un cuerpo armonioso y femenino.

-Estás muy bella muchacha, las dunas van a tener celos de ti.
-¿Tú crees, Omar?

Fueron a cenar sardinas asadas a un chiringuito colocado sobre la arena de la playa cercana. Bebieron, rieron y hasta bailaron, cuando sonó una rumba pachanguera de ésas que castigan los oídos cada verano; luego dieron un largo paseo por la orilla del mar. Omar le señalaba las estrellas y gesticulaba sin parar de narrarle quién sabe qué cosas. Ella estaba realmente a gusto, desinhibida, como si lo conociese de toda la vida.

-Omar, ¿dónde vas a pasar la noche?
-Había pensado buscar un hostal.Mañana me recogen unos amigos y me iré con ellos a un chalé a pasar unos días.

Hasta ese momento Malena no se había planteado por qué ni para qué había venido Omar a Cádiz; él adelantándose se lo explicó. Varios compañeros y compañeras de la Facultad de Medicina donde había estudiado, habían decidido darse un encuentro cinco años después de haber terminado sus carreras.

-Puedes quedarte en el hotel. Te buscaré una habitación, una tiene sus contactos, aunque no quepa un alma.
Eso se llama tráfico de influencias chica recepcionista.
-Pues eso, ¡qué te quedas!

Malena consiguió para Omar una habitación cuya ventana no daba al mar sino a un patio interior, pero era amplia y tenía todos los detalles cuidados como el resto de las habitaciones. Malena entró dándole al interruptor de la luz. Omar la siguió y dejó su maleta sobre la cama.

-Bueno, Omar, ¿qué te parece?
-Está muy bien, Malena, es precioso.
-Bien, pues me marcho. El minibar está equipado, invita la casa. ¡Hasta mañana!

Cuando Malena se dirigía hacia la puerta, Omar la tomó del brazo.
-Tómate una copa conmigo- le dijo. Aún no te he contado cómo salir del desierto si te extravías-
La miró fijamente a los ojos y sin pedir permiso la besó sin soltar su brazo. Malena se dejó llevar, decidió no pensar. Cuando sus labios se separaron Omar le susurró: - Malena, toma mi maleta, entra en el baño y vístete con su contenido.

Con el corazón palpitante y desorientada,la joven abrió la cremallera despacio. Dentro encontró dos docenas de pañuelos de seda y algunos abalorios de metal. Estaba realmente aturdida. Se sentó en el filo del baño sin saber si salir corriendo o vivir aquella loca historia, sabía que se arrepentiría toda su vida; ella no era así, era una muchacha de veintisiete años que sólo había tenido un gran amor en su vida, y a partir de que le destrozaran el corazón, había decidido cerrar a cal y canto sus sentimientos, no volvería a entregar su alma. Pero ahora sus manos se deslizaban entre los pañuelos y uno a uno fue eligiendo los azules, malvas y verdes. Anudó uno de ellos a su cuello y de éste prendió con pequeños nudos a los demás hasta formar una cortina alrededor de su cuerpo, luego ciñó su cintura con una cadena hilvanada de pequeños crótalos y colocó un arete en su tobillo. Se soltó el pelo, su largo pelo rojo, y salió a la habitación. Omar había conectado el hilo musical en el que sonaban viejas melodías; al verla le recordó cierto cuadro que había visto en Orán. Estaba impresionado ante tanta fragilidad envuelta en tules.Aquella noche Omar amó a Malena con una ternura impropia de un encuentro tan precipitado entre dos seres que no se conocían; había besado cada poro de su piel y respiraba profundamente en su cuello como para no olvidar nunca aquel olor. La amó y la nombró hasta la saciedad, pero cuando retiró su cuerpo y la miró, Malena lloraba, lloraba con un dolor contenido desde hacía mucho tiempo en su corazón.
-Perdóname, Omar... perdóname.
Omar comprendió que ni siquiera por un instante aquella mujer había sido suya, simplemente ella no había estado allí, había estado en otros brazos y él no sabía cómo remediar tanta amargura.En el hilo musical, al piano, sonaba “Lágrimas Negras”.